El uso frecuente de esponjas de baño presenta ciertos beneficios, como la posibilidad de exfoliar suavemente y eliminar células muertas, promoviendo una piel más suave y luminosa. No obstante, los dermatólogos advierten que estos beneficios pueden verse contrarrestados por riesgos importantes si las esponjas no se usan ni mantienen adecuadamente.
Uno de los principales problemas es la retención de humedad que caracteriza a las esponjas. Este ambiente húmedo, combinado con restos de jabón y células muertas acumuladas, crea el entorno perfecto para el desarrollo de bacterias, hongos y otros microorganismos. Según explicó la dermatóloga española Ana Molina en el podcast “Mejor que Ayer”, estos organismos pueden transferirse fácilmente a la piel durante su uso, aumentando la probabilidad de infecciones cutáneas o foliculitis.
Adicionalmente, la fricción excesiva provocada por esponjas de texturas ásperas puede erosionar el estrato córneo, la capa externa de la piel responsable de actuar como barrera protectora. Este desgaste no solo incrementa la sequedad cutánea, sino que también deja la piel más vulnerable frente a agentes externos, como contaminantes o alérgenos.
Por otra parte, muchos usuarios desconocen la frecuencia adecuada de reemplazo de las esponjas. En promedio, deben cambiarse cada tres o cuatro semanas, dependiendo de su material y uso. No respetar este plazo puede aumentar los riesgos asociados a la proliferación microbiana.
Aunque las esponjas pueden ser un complemento útil en la higiene diaria, los especialistas coinciden en que no son esenciales para una limpieza efectiva. La Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) recomienda prescindir de su uso, especialmente en personas con piel sensible o condiciones dermatológicas como dermatitis atópica, psoriasis o eccema.
Para quienes decidan seguir utilizándolas, es crucial adoptar medidas de higiene rigurosas. Optar por esponjas realizadas con materiales naturales o antibacterianos y mantenerlas secas tras cada uso puede minimizar algunos riesgos. En cuanto a su uso, se recomienda aplicarlas con movimientos suaves y limitar su aplicación a zonas específicas como axilas, pies y espalda, donde suele acumularse mayor suciedad. En el resto del cuerpo, el uso de las manos y un jabón suave suele ser suficiente.
Adoptar una rutina de ducha más segura y respetuosa con la piel no requiere grandes cambios, pero sí prestar atención a ciertos detalles. Aquí algunas recomendaciones claves:
- Priorizar la limpieza con las manos: Para evitar la fricción excesiva y el riesgo de irritaciones, utilizar las manos con movimientos suaves es una alternativa efectiva y segura.
- Ajustar la temperatura del agua: El agua muy caliente puede eliminar los aceites naturales de la piel, mientras que el agua fría no limpia adecuadamente. Una temperatura tibia, alrededor de 33-37 °C, es ideal para preservar la hidratación cutánea.
- Elegir jabones adecuados: Utilizar productos con un pH similar al de la piel (5,5) y que no contengan ingredientes agresivos es fundamental para evitar el desequilibrio del manto lipídico.
- Limitar el uso de esponjas: Si se decide emplearlas, es importante asegurarse de enjuagarlas bien después de cada uso, secarlas al aire y reemplazarlas frecuentemente. Las esponjas vegetales o de silicona pueden ser más higiénicas que las tradicionales de plástico o espuma.
- Evitar la exfoliación excesiva: La exfoliación diaria puede causar más daño que beneficios, especialmente en pieles sensibles. Realizarla una vez a la semana, o según las necesidades individuales, es suficiente.
- Secar la piel correctamente: Tras la ducha, secar suavemente con una toalla limpia, prestando especial atención a las zonas donde la humedad podría acumularse, como los pliegues de la piel.
- Hidratar después de la ducha: Aplicar una crema o loción hidratante adecuada a tu tipo de piel ayuda a restaurar la barrera protectora y mantener la piel en óptimas condiciones.